La micromovilidad compartida, representada por las bicicletas y los patinetes eléctricos compartidos, también conocidos como dispositivos de «micromovilidad», ha despertado un interés significativo en Australia. Desde las ciudades hasta los consejos locales, se han llevado a cabo diversos ensayos de sistemas de patinetes compartidos a través de operadores privados como Lime, Beam y Neuron.
Si bien las percepciones públicas sobre estos programas varían en gran medida, considerándolos ya sea como una moda pasajera o una interrupción del sistema de transporte, la verdad es más sutil. Los patinetes y bicicletas compartidos se están integrando gradualmente en los sistemas de transporte urbano de ciudades como Brisbane y Melbourne.
Sin embargo, la pregunta que surge es si estos sistemas de micromovilidad solo benefician a jóvenes turistas adinerados o si tienen un impacto más amplio. Investigaciones recientes realizadas en ciudades de Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos revelan una imagen diferente. Los hallazgos sugieren que los programas de micromovilidad subvencionados pueden brindar ventajas significativas a grupos de usuarios vulnerables.
Uno de los beneficios más destacados es la accesibilidad que ofrecen estos programas a los usuarios de bajos ingresos. Los resultados de una encuesta realizada a los clientes de Lime Access revelaron que eran cinco veces más propensos a utilizar patinetes y bicicletas compartidos para viajes diarios en comparación con los usuarios no subvencionados. También eran dos veces más propensos a utilizarlos para viajes esenciales y para conectar con el transporte público. La posibilidad de viajar sin un automóvil fue considerada una ventaja significativa por la mitad de los clientes de Lime Access, abogando por un sistema de transporte más sostenible.
Además, las personas con discapacidades también encuentran un gran valor en estos programas de micromovilidad compartida. El motor eléctrico de los patinetes y bicicletas reduce la fatiga y la tensión, lo que les facilita viajar a destinos esenciales. Estos programas no solo brindan independencia, sino que también cubren la brecha para aquellos que no pueden conducir un automóvil debido a sus discapacidades físicas.
Para maximizar los beneficios de los programas de micromovilidad compartida, los gobiernos pueden desempeñar un papel vital. Es fundamental que los gobiernos creen marcos e incentivos que respalden la expansión de estos programas para alcanzar a más grupos vulnerables. Si bien existen desafíos para garantizar la viabilidad financiera de los operadores, implementar requisitos de equidad y reducir las tarifas para los clientes de bajos ingresos, como se ha visto en ciudades como Washington DC, puede contribuir a crear sistemas de transporte más equitativos.
En conclusión, los programas de micromovilidad compartida tienen el potencial de brindar beneficios sustanciales a grupos de usuarios vulnerables. Al abordar las barreras de accesibilidad y asequibilidad, los gobiernos pueden allanar el camino hacia un sistema de transporte urbano más inclusivo y sostenible.
